Manual para damas afortunadas by Sophie Irwin

Manual para damas afortunadas by Sophie Irwin

autor:Sophie Irwin [Irwin, Sophie]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-07-06T00:00:00+00:00


—Esta canción la bailamos, ¿verdad? —⁠dijo Somerset tan bajo que su voz casi se fundió con el sonido del violín más grave del grupo.

—Sí —susurró con los ojos cerrados todavía⁠—. En… el baile de lady Castlereagh.

—Lo recuerdo. Tú… Tú llevabas un vestido que parecía centelleante.

—Estaba adornado con hilos plateados —⁠asintió Eliza. Era un vestido del que se había sentido muy orgullosa.

—No podía dejar de mirarte.

—Lo mismo me sucedía a mí.

Fue como si hubieran entrado en un mundo distinto. Hablaban en voz muy baja, con la vista clavada hacia delante, apenas separando los labios; sus susurros sonaban poco más altos que un pensamiento mientras confesaban los recuerdos al aire con la clase de sinceridad que pertenecía a los sueños.

—Dejé a lady Jersey con la palabra en la boca —⁠dijo Somerset⁠—. Nunca me perdonó una falta de educación tan lamentable.

Eliza oyó la sonrisa en el tono de él aun manteniendo los ojos fijos al frente, y, sin saber por qué, le resultó mucho más íntima que si la hubiera visto.

Soltó un amago de risa.

—Mi madre había prometido todos mis bailes. Pero tú dijiste que no te importaba…

—No me importaba. Nunca me había importado tan poco.

—Y empezó la música —suspiró ella.

—Y te cogí la mano…

—Y bailamos…

Eliza los visualizaba a ambos, el recuerdo se reproducía ante ellos en el lugar que ocupaban los músicos. Dos jóvenes, tan enamorados como permitía la vida, sin noción alguna de que los días que pasarían juntos estaban contados. Eliza recordaba la firme presión de las manos de él como si se las estuviera estrechando en ese instante, el frufrú de las faldas sobre el suelo, el estruendo de la música. Qué imposiblemente perfecta había sido aquella escena. Qué esperanzada había estado ella.

—Nunca he sentido especial predilección por bailar —⁠dijo Somerset⁠—. Demasiado alto, demasiado desgarbado.

—Siempre has bailado con gran elegancia. —⁠Lo contradijo Eliza.

—El paso del tiempo ha alterado tus recuerdos —⁠ironizó el conde, y ella notó el roce de la pierna de él contra la suya en el banco de madera⁠—. Tenía la elegancia de un árbol.

—Recuerdo reírme muchísimo —⁠admitió Eliza.

—Conmigo, espero —dijo Somerset.

—Siempre.

—Aquella noche podría haber bailado contigo eternamente.

—La música se detuvo demasiado pronto.

Eliza tragó saliva con la boca de pronto muy seca. Deseó que pudieran revivir aquello, repetir aquel instante y solo aquel instante: el baile, la alegría, la sensación de que el tiempo juntos sería eterno…

—Y te pregunté si querías salir a tomar el aire —⁠murmuró Somerset.

—Y yo acepté —respondió Eliza con voz apenas audible⁠—. La luna brillaba con intensidad.

Todavía olía el aroma de las peonías de lady Castlereagh. Una esencia casi demasiado dulce en el aire, pero solo casi. Fue una noche dedicada a la dulzura.

—No recuerdo de qué hablamos —⁠comentó Somerset.

—Creo que debió de ser del tiempo —⁠dijo Eliza⁠—. Era lo único que se me ocurriría…

—Y luego…

Se detuvieron. Sin querer, Eliza se llevó una temblorosa mano a los labios al recordarlo. A su lado oyó que Somerset se quedaba sin aliento.

—De haber sabido lo que iba a suceder… —⁠murmuró el conde.

Fue al día siguiente cuando todo se desmoronó.



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